Tampoco escuchamos como cae la arena del reloj, como circula la sangre y nos oxida por dentro, es el sonido de la muerte chocando en las arterias que se parten, se desgarran y crujen como cristal mojado, como una costra de sal en el desierto que otrora fue un mar de interior, del interior del alma que ahora se ve ausente de nada que respire. Únicamente se escucha la agonía perenne de la hidrofobia que padece el cielo que ya no llora pero derrama un incesante rocío, las lágrimas incontroladas de unos ojos tan secos como mi alma, con toda la arena desordenada.
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