Escribo un sol,
y un millón de lunas,
imaginado su olor,
que pierdo tras las dunas.
Giro la cabeza para mirarla, y me encuentro a la vergüenza de cara. Toso, bostezo, y vuelvo a girarme para ver si cree mis tonterías verdaderas, porque son clichés preciosos, pero son tan ciertos como mi locura, que se alimenta de palabras, imágenes y sonidos, se alimenta de sonrisas y lágrimas, se mantiene viva junto a la razón que se esfuerza en ocultarse vagamente, porque no permite que la olvide nunca, al igual que a la que busco con la mirada de nuevo, tras la vergüenza.
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