Ave María si tu lúcido campanario agita la belleza del mundanal ruido,
sostiene con ligereza una mano, que en su mano sostiene una mañana,
sin importar las blasfemias estruendosas de los límites del olvido,
recuerdo vespertino a andanadas de fecunda ironía,
aburrida de la mediocre solemnidad de las afamadas prostitutas,
que dan vida a disonantes menesteres cuando compadecen de verdades,
ensombrecidas por miedos sin remedio de locuras.
Porque vivimos en un charco repleto de surrealismo galopante,
en sinsentidos obvios que no remediamos ni con la más pura lógica,
portadora de soledad y vacío en almas que no saben lo que es vivir
sin pretensiones ni prejuicios demenciales,
que viven de nuevo en recuerdos que no buscan ni quieren,
que yacen con sus dedos sobre un manto de harina seca,
sin miedo a que entre por sus pulmones un pensamiento pastoso.
Así nace la decadencia más preponderante,
si abarcamos las palabras malsonantes con un abrazo de discordia,
y lamentamos la razón si nos muestra una decisión correcta,
pero equivocada en nuestro corazón.
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