Saltan de plano las tormentas.
Recorre el viento la luna curva,
donde los ángeles anidan al amanecer.
Cantan en disciplina absurda
los rezos que han de ser.
Silbando Diana llora.
Siente la amargura su piel envejecer.
Los cuentos tuercen la trama,
liberan suspiros de luciérnagas.
Mientras escribe el niño, demasiado mayor para seguir escribiendo, chirrían las puertas del infierno esperándole para entrar, los condenados en su continuo murmullo alzan su voz con claridad en algunas ocasiones y con ebriedad en otras, entonan blasfemias o canciones, y sangran por el alma una bilis oxidada de jovial e insensata melancolía. Mientras, el niño, casi continuamente boquiabierto, escribe unos versos gastados sobre un deformado esqueleto.
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