me ciega el silencio en mi habitación
me hundo en lecho pétreo sin piedad
sufro el torpe latir de un corazón.
y brotan lágrimas en cada canción
sincero silencio por pura maldad
y todo sonido trae una emoción.
Me siguen persiguiendo esos dos gatos, el verde y el rojo, me siguen con sus silbidos, se arrastran y se deslizan, no hacen ningún ruido cuando me quieren sorprender, sus metamorfosis, su tamaño sobrenatural, su ausencia de uñas que hacen de sus dedos acaben como los de un anfibio, todo en ellos escalofriante, todo surrealista, agobiante... Terrorífico. Eran crías extrañas que quedaron diminutas tras el abandono de su primera piel, manteniendo su intenso color y el tamaño de sus ojos negros y vacíos como la oscura muerte, crecieron rápidamente hasta por encima de las rodillas, con forma de felino, pero yo conocía la forma final, la de cobra o víbora, y puedo imaginar como se tragan entre ellos sin fin, causando además de miedo repulsión. ¿Eres Apofis, eres Uadyet? ¿Debo acaso seguir con miedo? ¿Esta vez me defenderás gato verde?
Otra noche sin estrellas, otra absurda calacamonia encriptada en este oscuro cuadrilátero con cortinas rojas, cortinas que tamizan la luz de la tenue farola para dar a mi habitación un aire de eterno crepúsculo, y me sume en mi delirante melancolía que hace que mis dedos se muevan para teclear mis infames lamentos de mi hastiada alma. Y llego al mismo punto de siempre, llego a preguntarme porqué sigo escribiendo ésto, me consuelo diciéndome que es para desahogarme, pero realmente acabo igual que cuando empecé, igual de sólo, igual de perdido por las bastas colinas de mis pensamientos, de los más mundanos hasta los más profundos, de los más sinceros a los más inútiles, de los más puros a los más deleznables, pero nunca encuentro el valor, nunca encuentro lo que esa escurridiza esperanza me muestra, solo encuentro aveces ganas de seguir escribiendo.
Tss, aquí estoy, viendo un cielo sin estrellas, sin nada en el horizonte aparte de unos álamos solitarios, escuchando unos grillos anacrónicos en un otoño que no llega, en un verano que no acaba con calor a la intemperie con más de una y de dos cervezas en el cuerpo, y te escribo, y no sé y sé porqué, pero aquí estoy, viendo la infinita oscuridad, la oscuridad de un cielo sin estrellas. No cesa el murmullo de los grillos que agonizan por su inevitable destino, no cesa el ruido de un televisor lejano de alguien abandonado a la noche, no paran los motores de la carretera cercana, no para mi corazón para latir por mis estúpidos sentimientos indecisos y sólos. No paran los portazos ni se hace el silencio que tanto busco en ese lugar, en el lugar donde voy siempre a ver las estrellas, el lugar donde hoy no las encuentro y me decepciono con la negra y vacía soledad del cielo distante. No sé porqué hoy te escribí a ti, y no sé porqué sigo escribiendote, pero prefiero pensar que todo el tiempo que pasé pensando en qué escribirte valió la pena, aunque solo encuentre un cielo vacío de estrellas hoy.
Aveces tienes esas noches de absoluta inspiración, esas noches que el pecho se abre y afloran los sentimos más profundo, unas noches en las que escribirías la más hermosas poesías, pero decides escribirlas de otra forma, prefieres escribir en el alma de otra persona, hablar, sentir que siente contigo con tus palabras, dejar algo en esa persona, dejar parte de ti, conocerse bajo el manto de la noche, con brisa fría, con el murmullo que produce el escándalo de cerveza por la garganta, dos desconocido que dejan de ser desconocidos, son cosas que no sólo pasan en Granada, son cosas que pasan si dices siempre que si a vivir.